martes, 9 de marzo de 2010

Agua Viva

Concepción, Chiguayante, 10 de marzo del 2010

Puse el bidón sobre la carretilla, y caminé hacia la vertiente. En mi ruta, un señor bajito, de unos cincuenta años de edad, venía de regreso con lo suyo, tambaleándose.

- Oye ¿porqué no me esperas y aprovechamos la carretilla de vuelta?
- "yapu", me contestó de inmediato, y dejó su balde en el suelo con un respiro y extendió la cabeza hacia arriba para descansar la espalda.

Recién lo conocí, es el vecino de la esquina, junto a la casa de mis padrés, donde me crié. En esa casa vivían otras personas antes, unos alemanes muy grandes, amarillos, pecosos y toscos ellos. Y los hijos -uno chico y otro grande- eran los compañeros de aventuras míos y de mi hermano mayor, respectivamente. Hasta recordé de golpe algunos de nuestros diálogos cinematrográficos en nuestra improvisada torre de mando del submarino N-1, colgando de las ramas generosas del viejo "árbol de la muerte", que así le decíamos todos. Tuve una sensacion extraña. Él reemplazaba a los de aquel entonces. El barrio era otro. Ellos no hablaban tanto como nosotros, claro, nosotros éramos niños. Y ahora nosotros dejamos de serlo. Pero allí estábamos comentando al tiempo. Y nos encontramos camino a la "vertiente", que era más bien un canal de desagüe, el úiltimo tramo del esterito que prestaba el cerro, que ahora se aposaba para reflejar al cielo antes de sumergirse en la alcantarilla con destino al Biobío dominante. Me deleité pensando que así sucede en otros lugares, que así sucedía en otros pueblos, en este y en otros tiempos, y que las personas se encontraban asi, de la misma manera.

Esa noche, en la barricada, hablamos al respecto, a modo de presentación. Siendo el recien llegado, resulté ser el más antiguo, y los mas viejos, resultaron ser los recién llegados. Todos preguntaban en algún momento por el agua, aunque bueno, por el "agua de fuego", específicamente. Un cafecitó calentó otro poco la noche.

Al día después, el camión de los bomberos repartía sus vejigas en los bidones. Ahora, junto al camión que apaga los incendios, se desarrollaba un evento social. Las chicas mostraban sus colores, y los varones, sus voces roncas de macho protector. Hermoso en realidad. Y el agua chisporroteaba brillante sobre el plástico, impulsada por los benefactores de la comunidad. Algo tranquilizante y festivo a la vez se desarrollaba junto a los remolinos. El movimiento parecía revivir a los cuerpos aletargados de la espera, despejaba a las frentes de la ansiedad, y animaba a la conversación acerca de cualquier cosa, lo que fuera.

- oye, si necesitas algo me avisas, ¿ah?
- vaaale, gracias
- noo, en serio
- buena, oka
- claro, a las cuatro de la tarde abro una puntera. No sirve para tomar pero si la hierves se puede cocinar, o la usas para lavar. Está buena, vienen de todos lados. La de los bomberos te la tomas, la otra la hierves.
- yo creo que todas hay que hervirlas, esta también, interviene el bombero, erudito en asuntos potables.
- yooo me las tomo asi no más, con pirigüín y todo, dice mi otro vecino, con cara de riéte un poco. Si caigo primero, ya saben, le hacen caso al bombero, grita antes de irse...

Una chica linda luce una sonrisa preciosa a propósito de la conversación. Es un agrado mirarla. me siento sociable. Hasta podría coquetear un poco. Algo cambia el tema, cualquier cosa, y se sigue moviendo la escena, y los remolinos siguen girando. Un señor cojo parece reconocerme. Es de los antiguos, de los que casi no quedan en el barrio. Quedo impresionado de él, de nosotros, de los recuerdos en desorden que se desparraman por el gollete. Pero no estamos para excesos, asi que mesuradamente, sonreimos y conversamos. Podría haber pasado mucho rato salpicandome de ésto. Estoy feliz, todo me parece bellamentre transparente y vívido. Es el canto del agua, corriendo por las quebradas de nuestros bosques de intimidad.

Es mi turno...que tonto, como salí corriendo cogí un bidón y un improvisado balde que es mas bien un papelero de un plástico verde chillón. Recien me queda la duda acerca de si el último está suficientemente limpio. Podría enjuagarlo un poco antes de llenarlo...me siento un botarate, un despilfarrador de algo tan precioso...Bueno, dije, una para beber, y la otra para lavar. Santo remedio. Y escondí un poco mi pudor.

Siento el deseo de cuidarte, de honrarte, de cantarte, de agradecer tanta generosa humedad. Como yo, muchos aprendemos a valorarte ahora. Como si me hubieras escuchado. Llueve sobre Concepción, llueve en llovizna, como caricias salpicando consuelo, limpiando el polvo de ladrillo y cal.

Al atardecer de hoy, ha llegado el agua a la casa. Es débil aun, y de contemplarla me mantiene en un hilo de esperanza de que mañana vengan los bomberos, solo una vez más, lo suficiente como para refrescar nuestras almas otra vez.

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